El martes pasado salí con un chico que escribe comics. Resultó más interesante de lo que creí, y no sé si fue el vino o el whiskie, que estuve más suelto de lo que esperaba. Nos encontramos en barranco y entramos a una galería, relativamente conocida, pues ese día se inauguraba una muestra de arte. La fachada de la casa era de principios de siglo bien conservada, pero por dentro otra cosa. Me encantaba el lugar con sus paredes blancas.
Estaba en lo que parecía un encuentro de gente elegante que ya se conocía bien entre sí. Había varias mujeres con vestidos y collares largos, bien peinadas. Muchas usaban perlas grandes.También había chicos guapos, artistoides, damas de compañía, esposos, coleccionistas, hippies, fotógrafos, diseñadores, de todo.
Lo particular no era esa diferencia de personajes, sino su coexistencia. Mientras caminaba con el chico derramando saludos, no dejaba de pensar en cómo algunos de esos artistas que tanto critican la classe bougeoise de lima viven a merced del dinero de estos, pues son ellos quienes muchas veces compran su arte. Caminaba por la sala más grande donde se exhibían las pinturas deconstruidas y había tantas cosas absurdas e incomprensibles. Por momentos me paraba frente a una y comentaba con aires de reflexión sobre lo que quizá quería decir, una lectura de lo más simple, pero interesante. Él me oía y yo tomaba un sorbo de mi whiskie mientras daba mi punto de vista sobre la discriminación racial vivida en el perú colonial expuesta en las obras.
Me sentía tan sumergido en algo irreal, necesitaba fumar. El historietista me acompañó, me dio un cigarro. Al rato, vino su amigo de la infancia con su respectiva dama de compañía. Ellos empezaron a hablar sobre muestras pasadas, yo solo sonreía. Era exactamente la flaca arreglada que estaba frente a mí, con una dulce sonrisa, una copa de vino en la mano y un cigarro en la otra, pero con pene. Claro, participaba de rato en rato, ya que su amigo no dudó en presentármelo como un alcohólico. Estuvimos así un rato, hasta que nos dijo que iría a otra galería, que si íbamos nos tenía guardado vodka. Me dije a mí mismo, qué excelente compañía para contemplar arte.
Nos despedimos y subimos al segundo piso. Me quedé fascinado contemplando las esculturas dulces de Bambi muerto. La más hermosa era una celeste en la que el siervo yacía muerto con la sangre negra que se desparramaba a causa de un diamante inmenso incrustado en su pecho. Esplendida. Después de una copita de pisco, marchamos. Pásamos rápidamente por otra que no estaba en el plan, y caímos en lo que sería nuestro destino final. Un pasaje grande lleno de papeles para colorear me dio la bienvenida. "Cream pie" fue mi obra maestra aquella noche.
Hablamos buen rato en lo que No era una cafetería cuando sentí que mi mano empezó a sudar. Suficiente. Siempre el control y la decencia sobre todo. La cara de la Sra. de Larco se me apareció entre crayolas y me dijo que me comportase. Así lo hice. Permanecimos allí hasta que muy amablemente nos invitaron a retirarnos. Su amigo había cumplido con su promesa y quería seguirla, pero el hombre del comic tenía otros planes. Yo también.
Le dije que tenía hambre, me invitó algo de comer, y él pidió un pisco sour. En verdad, le gustaba tomar pisco. Me acompañó a tomar mi taxi, se despidió y me fui. De pronto, esa película vino a mi mente. Empecé reírme solo. Mi mente no deja de sorprenderme.
El "Cream Pie" es una propuesta artística invalorable, ¿y qué mejor lugar para crearla que en "No es una cafetería"?. Algunos artistas siempre tienen ese paradójico conflicto con las clases altas, aunque algunos son muy honestos y aceptan la plata sin dedicarse a la crítica social.
ResponderEliminarUna salida así merece repetirse, ¿no te parece?
Sí, yo estaría del lado del segundo grupo. No me complico tanto con el dinero. Tienes razón, vale la pena, por lo que esperaré la próxima inauguración ansioso.
ResponderEliminarSaludos!