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viernes, 4 de noviembre de 2016

Silencio Moral


No somos honestos en el sexo. No lo somos, porque cuando quieres practicarle un fisting no sabes cómo mirarle a la cara para decirle que quieres probar algo nuevo. No lo somos, porque cuando te sale una hemorroides solo sonríes cojudamente para evitar decir no, a pesar de que el dolor te impida disfrutar como a él. No lo somos, porque cuando ella quiere una relación monogámica te da paltas si quiera sugerir la idea de un trío porque estás harta de la manera cómo están teniendo sexo. No lo somos, porque te cagas de miedo de decirle que tienes VIH a tu pareja, pero, sobre todo, a que te deje.

¿Por qué? ¿Por qué nos cuesta tanto liberarnos? Creo que la respuesta tiene que ver con  un cordón umbilical. Sí, un cordón al que estamos expuestos después de abortarnos al mundo y que se construye (querramos o no) con prejuicios, con tabúes, con una cojuda moral católica apostólica romana que nos alimenta desde la primerísima primera leche y considera que el sexo solo tiene un fin reproductivo vaciándolo de placer, llenándolo de culpa y miedos.

Un cordón atado a una madre cristiana y al que papá estado solo le interesa alimentar con sanciones para que no se atente contra la moral y las buenas costumbres, porque este es un país de bien; un país sagrado; un país creyente; un país que perdona el pecado, pero no el escándalo; un país donde juras por dios (o por la plata), pero no por tu ideales. Esa es cosa caviares libertinos.

De esta manera, crecemos castañizados... Me corrijo, mudos frente al sexo, indiferentes frente a nuestros deseos, frente a nosotros mismos. Nos volvemos monaguillos del silencio moral y callamos para no ser tan putas, para no parecer tan cabros, para no ser tan enfermos, para poder vivir. Nos convertimos en fuentes secas de placer y, a veces, hasta en inquisidores del mismo quemando todas nuestras pulsiones, aniquilando sistemáticamente todo rasgo de 'obscenidad' para hacer más leve la carga (especialmente si es entre dos).

Por suerte, algunos nos abortamos. El camino nunca es fácil. La honestidad en el sexo viene con una alta dosis de estigma, algunas gotas de sangre y un puñado de insultos. Sin embargo, se pasa mejor, se vive más y se enferma menos. Tal vez, sea cierto después de todo. Veritas vos liberabit, cabras.  

martes, 1 de noviembre de 2016

Silencio Asesino


Tenemos que hablar porque hace falta, porque los antiretrovirales no bastan (ni sobran), y porque aún hay un alto número de cabros que mueren de VIH, pero cuyos nombres quedan en el olvido junto con sus historias, porque nadie quiere retomar el horror. Nadie quiere ensuciarse. Menos que le griten sidoso.

Me molesta que en un país donde cada año se infectan más de 3000 el VIH no sea una discusión dentro de las problemáticas de las maricones y las tracas, sino que pase desapercibido "porque no todos los gays tienen VIH", "porque no todos son unas putas", "porque ahora no te mueres de eso", "porque no es el único problema y todas las demandas son válidas". Me hincha el ano el silencio cómplice de varios activistas y moralistas que deciden no apostar por visibilizar una problemática para no infectarse con ella.

Me genera repulso la actitud de "ellos se lo buscaron", porque nadie busca tener VIH y tener que cargar con un estigma y, muchas veces, con la exclusión ciudadana. Me jode la actitud tan pasiva frente a una situación que cada año se lleva a alguien cuya voz resuena en un rincón alejado de la memoria.

Me asquea el silencio cómplice de todos frente al tema, "porque todas las luchas importan". Y claro que importan, pero no te mueres si no te casas. No quedas inhabilitada para chambear si decides no casarte. No se te caen las defensas más que las pestañas postizas o las piernas débiles por tu peso si no decides decir un "sí, acepto". No mueres a los 22, 25, 33 si escoges comprometerte, pero sí por no recibir un tratamiento digno, por ser invisible.

Me revienta el glande que no se hable del sexo, el placer y el VIH como algo que puede ser compatible. Me molesta que nuestra actitud frente a nuestras prácticas sexuales y el desarrollo de nuestra intimidad sea tan en-closetada, tan forzada a estándares de sexo seguro por un grupo de personas que capitalizan qué debemos hacer con nuestros penes, chuchas y anos censurando la información que no les parece adecuada transmitir.

Tenemos que hablar, porque hoy más cabros y travas se ganarán la Tinka y otros más morirán al terminar esta noche, pero nunca conoceremos sus historias, ni su ronca risa loca.

sábado, 28 de noviembre de 2015

No me preñes

No me preñes, por favor. Si quieres, en la cara, pero allí no. Ya lo intentaron y terminé esterilizado. A parte, te quema, se apodera de ti y te deja en un estado de sumisión nada agradable.

Ahora, tampoco es que no me guste ponerme en cuatro o en el filo de la cama, pero hay cosas que me pasavueltean. Tiene que ver con tener el control. Las veces que ocurrió, lo perdí. Fueron algunas (varias) veces, pero las recuerdo con bastante claridad.

Todo comienza con esa palpitación jodida, que te arrecha y ese empujón medio desenfrenado que, de alguna manera, te advierte lo que se avecina. Luego, ese toque. No es nada extraordinario, pero sí se siente. Como una erección post-erección (?), una bandera roja.

Después, el éxtasis mezclado con sus ojos en blanco acompañado de un leve ardor a magma y el jadeo. Todo mientras el aliento escapa, tu esfínter ajusta al máximo, las piernas se quiebran y tu sensibilidad se multiplica exponencialmente. Es como enfrentarte tú con tu trasero contra todo un océano de semen que amenaza con ahogarte si no te lo tomas por las buenas. Una experiencia dura, definitivamente no apta para todos.

Finalmente, el limbo, la nada, el ¿y ahora qué?/¿la saco o la mantengo adentro?/¿ya pasó?. Te pierdes sobre tu cuerpo un instante, unos minutos, una hora, y debes volver sobre ti, porque tienes que hacerlo o de nuevo el magma. No sé cómo, pero resucitas. Algunas veces vuelves a nacer, otras te conviertes en Frankenstein. Pero nunca eres igual después, nunca.

viernes, 27 de febrero de 2015

Looking for Mr. Perfect

¿Cuántas veces has dejado de salir con Mr. Perfect solo porque es activo igual que tú?

Tengo un amigo, que suele asumir un rol activo en el sexo, que hace poco tuvo un fuerte crush con un hombre que conoció en una fiesta. Este tipo era una maravilla: gracioso, seguro, espontáneo y arrecho, pero tenía un ligero problema: era activo.

Al comienzo, todo normal, pero mucha mamada y  swordcrossing les aburre, ya que llegan a un punto en el que les da ganas de meterla. Sin embargo, ¿quién se voltea? ESA es la interrogante.

No solo es ponerse en cuatro, es admitir una verga dentro de ti. Es ponerse, por un instante, en un estado de sumisión consciente en el cual eres capaz de aceptar que te hombre te coja con toda la fuerza e intensidad de su cuerpo. Claro, no todos pueden hacer eso. Es una cuestión mental, le digo. First, he has to fuck your mind. Una vez que te haya dilatado allá arriba, puede ir a trabajar the golden zone.

El recorrido nunca es fácil. Sobre todo, porque hay muchos hombres que asumen su rol sexual como un “estilo de vida”. Ser activo, entonces, es ser macho algo cavernícola, pero macho, penetrador, masculino, dominante, str8looking, en contraposición a lo que significa ser pasivo.

Desligarse de una etiqueta no es nada fácil. Es voltear todo un sistema de valores, creencias y demás. Reconocerse como activo en el plano sexual siempre me ha parecido más llevadero, pero no pasa lo mismo con ser pasivo.  Nunca hay chistes respecto a quien penetra, a menos que la tenga chica o sea un precoz. (Menos falocéntricos, imposible.) Por eso, pasar de un lado a otro no es sencillo.

Creo que se debe trabajar con dos mitos cuando se quiere experimentar con un pene dentro de ti:

1) Tener una verga dentro de ti =/= Dolor.

2) Dejarse penetrar no te vuelve más femenino/mujer y por “consecuencia”, débil y denigrante.

La solución, amigo y queridos lectores, es una sola: dilata tu mente, y ábrete a nuevas experiencias y perspectivas. Tomen su tiempo para reflexionar sobre qué cosas los define, y qué cosas no; qué cosas vuelven más flexible, y cuáles no. Todo juego/rol en el sexo es por voluntad. ¿Acaso creen que habría tantos pasivas si no sintieran placer?


Lubriquen su cabeza, y gocen. 

domingo, 2 de marzo de 2014

A Pelo

Ya sea porque nos cuesta admitir las estúpidas consecuencias de nuestros actos, o porque aún vivimos bajo la falsa idea de pudor, solemos omitir o negar en nuestras charlas algo que forma de nuestra vida sexual: el sexo bareback. 

No es que sea una práctica frecuente, pero sí es común que varios -la gran mayoría- de nosotros la haya experimentado alguna vez en pasado. Sin embargo, ese no es problema de fondo. El real issue es que varios niegan dicha práctica, o prefieren no hablar al respecto, sellando así una cuestión que nos afecta no solo como individuos, sino también como miembros de un colectivo (llámalo comunidad, o como quieras) poseedores de un estigma.

La falta de reconocimiento de esta forma de tener sexo silencia otras problemáticas que se envuelven alrededor, como el hecho que varios gays suelen tenerlo con sujetos extraños cuya vida sexual (segura o no) poco o nada se sabe al respecto antes de tirar; que no solo existe la posibilidad de contagio de VIH, sino también de todo un bagaje de ITS, o que tirar con tu cache regular, porque él "no es puta/nunca te cagaría", es seguro.

Desarrollamos como una especie de barrera cuando aparece el tema, porque "Ni cagando nos puede pasar"/"Tienes que ser bien bad luck para que te pase."  No vemos lo  que no queremos ver, aunque esté ante nuestros jodidos ojos. Parece medio absurdo, pero solo hablamos al respecto cuando se presenta un problema, como que tu compañero sexual se haya acostado con un sujeto VIH+; o cuando tus análisis de sangre no son claro, y tienes que hacerte una tercera prueba para asegurar que no tienes nada.

Puede que, efectivamente, sea mucho más placentero tener sexo sin condón, pero tenerlo, porque sí, sin tomar ciertas consideraciones, puede resultar un acto bien inmaduro (y estúpido) con terribles e incómodas consecuencias. ¿Vale tanto arriesgar un orgasmo por una ITS?

 

miércoles, 26 de febrero de 2014

Pasivofobia

Existe un miedo generalizado entre gays a reconocer que se puede asumir una actitud pasiva en el sexo. Parece absurdo que así lo sea, pero varios, aun cuando disfrutan de los placeres del sexo anal, se rehúsan a considerar que les gusta asumir esa postura. Yo le llamo Pasivofobia.

Desde mi perspectiva, todo tiene que ver con un rollo jodido que nos meten en la cabeza que  la sociedad se mueve entre las dicotomías: Domador/Domado; Masculino/Femenino; Arriba/Abajo;  Hombre/Mujer, que nos limitan la posibilidad de flexibilizar nuestra visión sobre el sexo. Quizá nunca nos han inculcado clases de sexo heterosexual en los colegios, pero no importa, pues la sociedad de alguna manera u otra nos enseña que el sexo es entre alguien más masculino y alguien femenino, que alguien penetra y otra es penetrada, y no al revés. Escapar de la dualidad no es nada fácil. 

Como si fuera poco que todo el mundo jode con ello, lo mismo suele ocurrir en la casa. Sí, en ese espacio donde se supone tienes libertad para hacer/conversar de tu vida sexual lo que quieras, también hay "moderadores", que explícita, o implícitamente, limitan la conducta sexual de un sujeto con deseos homosexuales.  Desde la madre religiosa que reprime todo indicio de acto "anti-natural"; los sitios en la mesa,  hasta los dos hermanos mayores que poseen sus enamoradas hace 3 años y esperan por la tuya.

Imaginar una relación con un hombre, entonces, no parece difícil, sino un poco utópico. Decir que disfrutas de un masaje prostático es fuera de este mundo. Por ende, frente a un ambiente opresor, es lógico desarrollar una barrera frente a aquellas caras o imágenes que puedan "denigrar". Es mejor decir que eres activo, y no pasivo, aunque te balancees entre ambos. El problema surge, para mí, cuando se asume tanto tal idea, que, cuando se está en la cama con otro chico, da miedo ser pasivo, porque "yo soy hombre/ qué pensará mi vieja si se entera."

Afortunadamente, con el tiempo, varios logran pasar esas barreras. No todos con el mismo éxito, ni la misma aceptación en sus casas, pero avanzan. No obstante, un número considerable permanece en este juego dicotómico, lo cual les termina generando una serie de angustias difíciles de responder, y una vida sexual de lo más reprimida (desde mi perspectiva, claro). La clave: flexibilizarnos.