Me siento débil. Quisiera escribir más, pero mis manos se sienten cansadas como para teclear con facilidad. Así mismo, el teclado está más duro que de costumbre. Creo que debe ser La náusea y su malestar quienes han afectado mi pensamiento. Sí, debe ser eso. No le encuentro otra respuesta cuerda a esta situación. También, hace un calor asqueroso. En mi habitación, solo entra el sol a primeras horas de la mañana, pero parece que permaneciera todo el día. Se siente ese bochorno que incomoda.
Quizá ese sea mi náusea. No, aquello sería estúpido. La mía tiene forma fálica, y me absorbe hasta el punto de ponerme altamente sensible. Me molesta más el calor; sudo más; me arde más, saboreo más. Todos mis sentidos están terriblemente expuestos, y duele, jode. Me aturde. Detesto la sábana de mi cama rozándome el sexo; me irrita la luz que abunda en mi cuarto cuando estrella mis ojos; gimoteo como un niño para levantarme, aun más para sentarme; la mermelada es empalagosísisma, y la sal saladísima.
Anhelo con todas mis ansias que esto pase lo más pronto posible. Me encantaría tanto despertar y saber que esto no pasó; que no estoy frágil. Me siento el niño porcelana. ¡Ay, si me viera el niño porcelana, se burlaría gustosamente de mí! ¿Qué será de él? No me importa. Como sea, no creo que sufra como yo. La madrugada es más dura.
Tengo que reposar si deseo recobrar mis fuerzas para más adelante. Aprovecharé mi inmovilidad para ver películas.
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