Han pasado casi 23 años (1989) desde la primera vez que se
llevó acabo. Aquella estuvo liderada por Henry Pease, como iniciativa de
Izquierda Unida para hacer frente al avance de Sendero Luminoso (SL) en Lima. Una
sensación de temor invadía las calles de la capital, pues la amenaza de ataques
de SL, que había convocado un paro armado, estaba inscrita en el corazón de los
limeños; no obstante, ésta se realizó con éxito y fue así cómo venció la
democracia.
La Marcha de la paz de este año deja un gusto un poco ácido
si se analiza más allá de las buenas intenciones y los fines que ésta
perseguía. De cierta manera, es una buena representación actual de la relación
entre los jóvenes y la política.
En primer lugar, refleja la débil integridad
inter-universitaria actual: el hecho que mayoritariamente alumnos la UNSMS, la PUCP y otros pequeños grupos de
estudiantes de otras universidades y de organizaciones no gubernamentales sean
los únicos que asistieron demuestra el escaso sentido de solidaridad imperante.
“Existe poco interés
por participar de actividades políticas en los jóvenes universitarios”
Así mismo, la exigua confluencia de asistentes evidencia el
estado de apatía por formar parte de una actividad sociopolítica actual. Existe
poco interés por participar de actividades políticas en los jóvenes universitarios.
No hay en el país una cultura cívica que incentive a los ciudadanos a tomar
acción participativa democrática. Por ello, manifestaciones como la sucedida no
tienen el impacto debido.
No es, pues, cuestión de organizar un evento que busque refrescar la memoria, sino de concientizar a aquellos que aún están en las aulas sobre la importancia de su participación para mantener viva una cultura democrática y así hacer frente a los que pretenden deslegitimarla.
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