Por aquel entonces, detestaba las personas. Tartamudeaba cuando me presentaban un desconocido. Me pasaba las tardes quejándome sobre mi soledad. Tenía a mi vieja harta. Su menopausia tampoco nos ayudaba. Mi pubertad menos. Detestaba el colegio, y lo único que me mantenía vivo era dormir y aquellas caminatas con Luis luego de clases cuando el cielo oscurecía. Nunca iba rápido, sino lentísimo. Estiraba cada minuto, cada segundo, para no tener que llegar a casa. Él no comprendía bien lo que pasaba, pero estaba ahí.
Mi cuarto era una especie de refugio personal, con las paredes blancas y el techo verde. Despertaba y miraba el verde techo una y otra, y otra vez con el fin de llenarme alguna vez de esperanza. Antes las paredes eran de color militar. Me asustaba. Por eso, las pinté de blanco. Cada día amanecía; iba al colegio; sobrevivía; llegaba a casa ; me veía con Lucho; tenía clases de nuevo; caminábamos de regreso; y me enclaustraba. No aprendí mucho esos años. Tenía la mente muy ocupada en mí y mis problemas familiares como para pensar tranquilo. Nunca fui el tipo de alumno que mis papás quisieron que fuese.
Aborrecía ir al colegio, porque tenía miedo a muchas cosas, pero especialmente a dos: a que me golpeen y a fracasar. Siempre fui distinto a los demás chicos con los que estudié, y eso implicaba una sanción social. En un colegio de varones, hay los sobrevivientes y los que no. Es un campo de batalla, peor que una guerra, por vencer y matar almas con el fin de permanecer. Mi delicadeza en mi manera de actuar, sumada a mi aguda voz y mi apariencia frágil me jodió la vida por 8 años.
Recuerdo que un muchacho, que llegué a odiar, me impidió una vez mirarle a los ojos, porque me dijo que mi mirar era distinto a los demás: era una mirada de cabro. Y él, claro, odiaba a los cabros. Esa tarde volví a casa, me fui al baño, y traté de mirar en el espejo de manera distinta buscando cuál debía ser la manera normal de hacerlo, pero no podía. No sé cómo explicar la angustia que sentía al saber que no podía cambiar mis ojos.
Naturalmente, mis calificaciones no eran las mejores, ni las más deseadas por mis viejos, ni por mi hermana mayor. Iba bien en Historia, Inglés, Geografía, Biología, Comunicaciones, Psicología, pero pésimo en Matemática y regular en Química. Cada fin de bimestre, dormía temprano para no tener que verle la cara a mi viejo luego de que recoja la libreta de notas. A veces, se volvía loco y yo acababa con la espalda más roja que de costumbre o con algún rasguño en la nariz. Su excusa: no valoraba su dinero, porque salía mal. La mayor era otra que se volvía loca. Ambos compitieron, casi insanamente, por ver si algún golpe me haría cambiar. Nunca cambié.
Una noche, luego de una gran discusión, me pregunté qué haría conmigo. Decidí tratar de curarme: ser normal.
ese sentimiento jodido de sentirse diferente, creo q muchos nos ha pasado eso
ResponderEliminarYo también creo lo mismo. Lamentablemente, mi contexto no me permitía verme normal, sino como algo enfermo. Salir de ese círculo es muy complicado.
EliminarEn general el cole fue dificil para todos los q no encajamos en lo establecido... en mi caso yo si era bueno en matematicas, pero eso me hacia mas raro XD
ResponderEliminarYo también he padecido en el colegio, pero no tanto. Quizá, para mi buena suerte, siempre supe cómo manipular a la gente de mi salón y siempre logré pasar desapercibido.
ResponderEliminarDe todas maneras, muy interesantes tus reflexiones, me han hecho pensar en mi pasado escolar.
Yo nunca he pasado desapercibido desde que tengo uso de razón.
EliminarUna anécdota que te hace pensar, y sobretodo te lleva al pasado, a ese momento a esa clase en la que estás sentado en tu pupitre pensando en mil cosas y a la vez en nada.
ResponderEliminarUna historia triste, dificil, dura, pero creo que más dura aún por el hecho de que la aceptación no solo era fuera de casa sino también dentro.
Lo importante es verlo en la distancia, esto no se olvida, pero si se supera^^
Un saludo enorme, GoBri!!
En tu primer párrafo me recordaste a mí. Recuerdo ese no querer llegar a casa, desear que el camino fuera más largo y que el corazón me latiera a mil cuando veía que me quedaban muy pocos minutos en el carro. No soy gay, pero no hace falta serlo para no ser lo que nuestros papás quisieran, pero nadie es perfecto y ellos tampoco. Cuando entendí que jamás podría ser lo que, en especial mi mami, querían que fuera, sino que tenía que ser yo misma y sentirme orgullosa de quien soy, solo entonces pude ser feliz y ellos cambiaron su forma de mirarme.
ResponderEliminarVine por aquí por los BBB awards y me alegro.
Un beso grandote :0)
Recuerdo que yo le pedí a mi madre que me cambie de colegio, los llegué a odiar demasiado aunque ellos decían que sólo eran jodas, al pasar los años volví a verlos y ellos no habían cambiado mucho y yo había cambiado profesionalmente, aprendí a deshacerlos con frases hirientes y llenas de venganza. Alguno me dijo. Ya por favor... fueron tiempos de colegio... y yo, lo lamento esos días jamás se van a ir de mi cabeza, si pudiera borrar algo de mi pasado sería los 5 años de la secundaria.
ResponderEliminarOh dios! Que magnifico testimonio! Yo agarraría a tu viejo y le demostraría con su método pedagógico (es decir a golpes) a ver si aprende!! Discúlpame, pero es un imbécil! Pero bueno! Eso es pasado ahora, Sabes normal! Es un término muy manoseado, que es normal? Y quienes lo son?? La vida en un colegio de varones es difícil lo sé! Pero en el mundo es necesario adaptarse y usar la violencia (si es necesario) para marcar tu territorio y que te respeten.
ResponderEliminarLLego por la votacion que organiza Damian! mi voto va para ti!!
ResponderEliminarSabes, yo pase por muchas cosas parecidas en el colegio, quizás no por el mismo caso, pero leerte me hizo recordar eso, obviamente con los años lo supere y ahora soy una superada de mierda.
Llegue por la misma razon que Gary. Y me voy con la misma conviccion, el voto es para ti.
detesto a la gente que se porta asi tan agresiva con las personas que le son "diferentes".
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