sábado, 27 de febrero de 2016

When Max Met Him*

Por supuesto que yo soy Sally. Eso no se discute. Él tiene ese encanto absurdo de jurarse una mierda anti y terminar siendo un encanto por ser una mierda, y yo ese encanto dulce dentro de lo maniático, antipático y terriblemente quisquilloso que puedo ser jurándome la cagada.

No me di cuenta hasta que estuve en el Metropolitano. Sí, estaba de pie, apoyado contra la puerta que nunca se abre mirando la gente bajar y recordando todas las veces que nos hemos visto. Todos los accidentes. Todas las manías. Todos los roces. Todas las charlas esnob que él detesta pero en secreto le encantan que siempre terminan en películas con finales extraños o personas con algún problema mental. Porque sí, a mí me gusta creerme algo loco y a él las personas algo locas y las locas.

Como decía, recordaba nuestros bellos accidentes hasta que caí en cuenta de que hoy fue otro encuentro. El problema es que no sé en qué parte de la película estoy o si ya pasé el final o estoy en el plot point.

Me resulta agradable la idea de verme inmenso en esta historia y sí, sé que cuando lo lea se cagará de risa, pero sabe que así soy yo. Me gusta alucinar despierto. De pronto, no estaría mal que él también se sumerja un poco. No tanto, lo suficiente como para nadar acompañado. Sí. Empiezo a densear, pero es el postmodernismo que me lleva a virar de tema de manera tan jodida.

¿Sabré reconocer el momento? ¿Estaré rodeado de helado y un despecho amoroso? ¿Será otro final de Anomalisa? No lo sé, pero espero que no me escupa de su vida.


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