miércoles, 9 de noviembre de 2016

Ira en Acción


Perder duele, duele y jode en lo profundo de nuestro orgullo como sujetos. Duele porque no creemos que sea lo correcto y jode porque el dolor ata. Sí, la frustración puede llegar a ser una mordaza terrible y poderosa que nos puede volver zombies en un sistema infectado que nos carcome por dentro. La frustración, cuando permanece alojada mucho tiempo debajo de la piel, se transforma en resignación, en miedo, en silencios asesinos, en muerte.

Quizá por eso no me permito bajonearme mucho tiempo, porque sé que el dolor ciega, sé que te puede dirigir a rumbos que no quieres, pero que te permiten vivir cómodamente sujetado. Yo, por el contrario, siempre abrazo la ira.

Abrazo la cólera, porque es mi motor; es mi fuente para indignarme frente a algo que me hincha las pelotas. La abrazo, porque sé canalizarla, porque sé que puedo transformarla en algo que efectivamente me permita una transmutación, un cambio de sentido, una reorientación sobre hacia dónde y cómo estoy dirigiéndome.

Cuando todo se oscurece, intento mover mis emociones y las vuelvo en acción. Vomito todo. Absolutamente todo, aunque termine más debilitado que antes. Y sigo. Me caigo. Y Sigo. Me vuelvo a caer. Y sigo siguiendo. Porque no queda de otra, porque en la lucha no puedes detenerte, sino pararte, aunque herido e infectado, pero pararte.

La rabia no es solo un sentimiento destructivo que debemos callar para no mostrarnos agresivos o para evitar autodestruirnos. Todo lo contrario, la cólera puede llegar a ser aquello que nos impulsa frenéticamente a buscar un cambio frente a una situación que consideramos (y sabemos) es injusta, cruel, inhumana.  Es ese enojo, canalizado en acción, lo que nos da voz frente al silencio asesino de quienes quieren censurarnos, es la voz de nuestros cuerpos frente a la represión de un sistema autoritario.

Quizás ahora, que tenemos que enfrentar decisiones corruptas; políticas segregacionistas; discursos misóginos, racistas y  homofóbicos, debemos unirnos en nuestra ira y demostrar que podemos estar amordazados, pero nunca mudos; excluidos, pero no rendidos.

martes, 8 de noviembre de 2016

Caletas Heteronormados


No lo entiendo. Me cuesta comprender o desarrollar algo de empatía con un cabro que elegiría sin asco a un homofóbico como líder. ¿Pesan más acaso la 'seguridad económica' que las actitudes abiertamente discriminadores de un sujeto que lamenta la 'conducta homosexual' o que cuestiona que los maricas y trans tengan los mismos derechos porque no son ciudadanos 'como uno', sino 'desviados morales'?

Quizá la respuesta se encuentre en el confort. Cuánto más confort tienes, más verga te vale tu entorno. El 'razonamiento' es simple. Si no eres una trava con VIH que putea para subsitir (a la que por cierto miras con algo de desprecio porque te jode que te comparen con ella cuando hablan de maricones a nivel general), ¿por qué ha de interesarte sus comentarios heteronormados?, ¿por qué te van a joder sus posturas racistas si no quieres ser parte de aquel sector marginado, si no quieres que te vean como parte de este?

Resulta alucinante para mí cómo la 'seguridad económica' ciega a los maricones hasta el punto aceptar políticas segregacionastas (y hasta asesinas) con el fin de preservar determinado estatus por el hecho de no se provinciano invasor (sino limeño), no ser negro (sino blanco), no ser pobre (sino clase B +), no tener VIH (sino estar STD free), no ser cabro/rosquete/marica (sino homosexual), no ser loca (sino caleta), no ser mujer (sino masc x 2), no ser puta (sino gente de bien).

Me resulta increíble el peso (consciente o no) que le brindamos a las 'políticas económicas' como si estas fueran la receta mágica para librarnos del 'subdesarrollo', del 'tercermundismo' que varios se lamentan. La idea absurda de que un país con estabilidad económica  modificará sus políticas sociales para el bienestar de las minorías es un puto mito. Los derechos y libertades no se piden, se arranchan (a veces, en procesos violentos por el choque de ideologías).

Pero, volvamos sobre aquellos cabros que no se sienten así. Decía que un panorama financiero estable bastaba para que estos acepten políticas asesinas. Y es que, claro, al final, ellos efectivamente no son cabros, sino tipos caletas, pastores de 'la moral y las buenas costumbres'. Son, pues, los fieles reproductores de un sistema 'que perdona el pecado, pero no el escándalo'. Son agentes de (un falso) poder, que vigila  a los otros, un fino instrumento. Son un perfeccionado mecanismo de control de lo que un homosexual sistematizado debería ser.

Afortundamente, siempre ha de existir un grupo de abortados, una banda de locas que decidió ir fuera de las cavernas del armario para no vivir en las sombras.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Leal/ad


¿Cómo demandamos lealtad si no somos honestos con nosotros mismos? ¿Con qué concha le decimos a otro que deje se culear con otros si nos cuesta pretender que solo tenemos ojos para una persona? ¿Cómo exigimos fidelidad si nos hemos traicionado?

Nos hemos educados orientados al otro, leales al otro, hasta el punto de llegar a negarnos quiénes somos, qué deseamos. Crecemos con este horrible 'axioma' social que nos empuja a darnos al otro en cuerpo y alma como un pedazo de mercancía. El principal inconveniente de esta entrega desmedida es simple: no nos permitimos alcanzar nuestra propia felicidad en desmedro del otro porque 'uno tiene que hacer sacrificios'. Ahora bien, ¿cuánto uno está dispuesto a 'sacrificar' para construir una felicidad compartida? ¿Qué tanto uno de puede negar a sí mismo para satisfacer a otro a costa de la propia felicidad?

Desde mi perspectiva, la lealtad no implica una devoción ciega al otro, menos la noción de realizar 'sacrificios' que atenten contra mi propia felicidad, contras mis deseos para no joder a otro 'y llevar la fiesta en paz'. Porque, al final, ¿se gana no siendo felices, evitando discusiones que carcomen?, ¿se puede construir una relación suprimiendo las ganas, los sueños?, ¿se consumen todas las fantasías con una paja, una sonrisa a medias y un té para dos?

Es cierto que cada pareja dibuja y re-construye sus propios modelos de fidelidad como le da la gana; sin embargo, creo que primero debemos realizar un ejercicio consciente de qué es lo queremos para nosotros, como individuos, cuánto podemos aceptar y hasta qué punto nos adaptamos. No creo que las personas 'cambien'  voluntariamente por otra. Quizá uno pueda llegar a ser manipulado, modificar algunas maneras de pensar o actitudes con el tiempo, pero no renunciar a quien se es sin más desde el comienzo para no cagarla.

De nuevo, la honestidad. Debemos aprender a ser más honestos con nosotros mismos, con el tipo de intimidad que queremos desarrollar para evitar falsos orgasmos, fantasías atrapadas en la ilusión de la hipócrita relación monogámica perfecta.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Silencio Moral


No somos honestos en el sexo. No lo somos, porque cuando quieres practicarle un fisting no sabes cómo mirarle a la cara para decirle que quieres probar algo nuevo. No lo somos, porque cuando te sale una hemorroides solo sonríes cojudamente para evitar decir no, a pesar de que el dolor te impida disfrutar como a él. No lo somos, porque cuando ella quiere una relación monogámica te da paltas si quiera sugerir la idea de un trío porque estás harta de la manera cómo están teniendo sexo. No lo somos, porque te cagas de miedo de decirle que tienes VIH a tu pareja, pero, sobre todo, a que te deje.

¿Por qué? ¿Por qué nos cuesta tanto liberarnos? Creo que la respuesta tiene que ver con  un cordón umbilical. Sí, un cordón al que estamos expuestos después de abortarnos al mundo y que se construye (querramos o no) con prejuicios, con tabúes, con una cojuda moral católica apostólica romana que nos alimenta desde la primerísima primera leche y considera que el sexo solo tiene un fin reproductivo vaciándolo de placer, llenándolo de culpa y miedos.

Un cordón atado a una madre cristiana y al que papá estado solo le interesa alimentar con sanciones para que no se atente contra la moral y las buenas costumbres, porque este es un país de bien; un país sagrado; un país creyente; un país que perdona el pecado, pero no el escándalo; un país donde juras por dios (o por la plata), pero no por tu ideales. Esa es cosa caviares libertinos.

De esta manera, crecemos castañizados... Me corrijo, mudos frente al sexo, indiferentes frente a nuestros deseos, frente a nosotros mismos. Nos volvemos monaguillos del silencio moral y callamos para no ser tan putas, para no parecer tan cabros, para no ser tan enfermos, para poder vivir. Nos convertimos en fuentes secas de placer y, a veces, hasta en inquisidores del mismo quemando todas nuestras pulsiones, aniquilando sistemáticamente todo rasgo de 'obscenidad' para hacer más leve la carga (especialmente si es entre dos).

Por suerte, algunos nos abortamos. El camino nunca es fácil. La honestidad en el sexo viene con una alta dosis de estigma, algunas gotas de sangre y un puñado de insultos. Sin embargo, se pasa mejor, se vive más y se enferma menos. Tal vez, sea cierto después de todo. Veritas vos liberabit, cabras.  

martes, 1 de noviembre de 2016

Silencio Asesino


Tenemos que hablar porque hace falta, porque los antiretrovirales no bastan (ni sobran), y porque aún hay un alto número de cabros que mueren de VIH, pero cuyos nombres quedan en el olvido junto con sus historias, porque nadie quiere retomar el horror. Nadie quiere ensuciarse. Menos que le griten sidoso.

Me molesta que en un país donde cada año se infectan más de 3000 el VIH no sea una discusión dentro de las problemáticas de las maricones y las tracas, sino que pase desapercibido "porque no todos los gays tienen VIH", "porque no todos son unas putas", "porque ahora no te mueres de eso", "porque no es el único problema y todas las demandas son válidas". Me hincha el ano el silencio cómplice de varios activistas y moralistas que deciden no apostar por visibilizar una problemática para no infectarse con ella.

Me genera repulso la actitud de "ellos se lo buscaron", porque nadie busca tener VIH y tener que cargar con un estigma y, muchas veces, con la exclusión ciudadana. Me jode la actitud tan pasiva frente a una situación que cada año se lleva a alguien cuya voz resuena en un rincón alejado de la memoria.

Me asquea el silencio cómplice de todos frente al tema, "porque todas las luchas importan". Y claro que importan, pero no te mueres si no te casas. No quedas inhabilitada para chambear si decides no casarte. No se te caen las defensas más que las pestañas postizas o las piernas débiles por tu peso si no decides decir un "sí, acepto". No mueres a los 22, 25, 33 si escoges comprometerte, pero sí por no recibir un tratamiento digno, por ser invisible.

Me revienta el glande que no se hable del sexo, el placer y el VIH como algo que puede ser compatible. Me molesta que nuestra actitud frente a nuestras prácticas sexuales y el desarrollo de nuestra intimidad sea tan en-closetada, tan forzada a estándares de sexo seguro por un grupo de personas que capitalizan qué debemos hacer con nuestros penes, chuchas y anos censurando la información que no les parece adecuada transmitir.

Tenemos que hablar, porque hoy más cabros y travas se ganarán la Tinka y otros más morirán al terminar esta noche, pero nunca conoceremos sus historias, ni su ronca risa loca.