sábado, 27 de febrero de 2016

When Max Met Him*

Por supuesto que yo soy Sally. Eso no se discute. Él tiene ese encanto absurdo de jurarse una mierda anti y terminar siendo un encanto por ser una mierda, y yo ese encanto dulce dentro de lo maniático, antipático y terriblemente quisquilloso que puedo ser jurándome la cagada.

No me di cuenta hasta que estuve en el Metropolitano. Sí, estaba de pie, apoyado contra la puerta que nunca se abre mirando la gente bajar y recordando todas las veces que nos hemos visto. Todos los accidentes. Todas las manías. Todos los roces. Todas las charlas esnob que él detesta pero en secreto le encantan que siempre terminan en películas con finales extraños o personas con algún problema mental. Porque sí, a mí me gusta creerme algo loco y a él las personas algo locas y las locas.

Como decía, recordaba nuestros bellos accidentes hasta que caí en cuenta de que hoy fue otro encuentro. El problema es que no sé en qué parte de la película estoy o si ya pasé el final o estoy en el plot point.

Me resulta agradable la idea de verme inmenso en esta historia y sí, sé que cuando lo lea se cagará de risa, pero sabe que así soy yo. Me gusta alucinar despierto. De pronto, no estaría mal que él también se sumerja un poco. No tanto, lo suficiente como para nadar acompañado. Sí. Empiezo a densear, pero es el postmodernismo que me lleva a virar de tema de manera tan jodida.

¿Sabré reconocer el momento? ¿Estaré rodeado de helado y un despecho amoroso? ¿Será otro final de Anomalisa? No lo sé, pero espero que no me escupa de su vida.


martes, 23 de febrero de 2016

Sobre luchas y representaciones I



Tengo mucho que decir, y no sé bien cómo articularlo. Pienso que quizá soy un reflejo de algo más gramde. Que tenemos mucho por qué luchar, pero que aún nos falta articularnos como activistas TLGB. Quizá, ni siquiera articularnos, sino matarnos menos.

No son muchos los años que llevo dentro del activismo; sin embargo, he podido vislumbrar algunas problemáticas. Desde mi perspectiva, la más visible está relacionada con la forma  de demandar derechos y la representatividad de las personas GLTB.

Algunos consideran que el mejor mecanismo para exigir derechos y hacerlos visibles es a través de una mayor participación política en espacios públicos. Paralelamente, otros prefieren coordinar y desarrollar planes con líderes políticos de manera directa, desde adentro. De manera resumida, mientras unos prefieren partir de abajo hacia arriba, otros prefieren hacerlo en sentido inverso.

El problema no es la forma, sino el desacreditaje (a veces sistemático) que suelen hacer ambas partes al otro. Cada persona o asociación tiene la libertad de demandar derechos como le resulte más atractivo y de cuestionar otros mecanismos. Sin embargo, algunos miembros o asociaciones consideran que su lucha es la única, verdadera y legítima ridiculizando a quien asume una postura diferente a la suya.

Asumir esta postura de jueces morales son las que entorpecen el trabajo colectivo. No solo dificulta diálogos, sino genera una ceguera intencionada de manera tal que no permite reconocer con claridad las ventajas y desventajas que trae consigo cada tipo de lucha. Tal vez, un remix no es tan malo.

Luego se encuentra el tema de representatividad. Con mucha frecuencia, leo comentarios de algunos amigos, conocidos, señalando su poca empatía con algunos voceros o personas TLGB que suelen tener un mayor presencia mediática por temas ideológicos, etc. Sin embargo, más allá de la crítica hacia el hecho que aquellas personas no los representan, no existe un esfuerzo por encontrar un medio para dar a conocer su postura.

Existe, en mi parecer, muy poco incentivo y ganas de organizarse para generar otros espacios o  nuevas voces. Varios apuntan a que las demandas se organicen bajo una sola voz; sin embargo, quieren que la suya sea la única y legítima.

Mucho se ha discutido el cómo y se ha perdido el fin, que es lograr un reconocimiento íntegro como ciudadanos para todos y todas más allá de su identidad sexual. Nos hemos encerrado en un edificio sin puertas, ni ventanas, olvidándonos que la ciudad sigue creciendo a nuestra alrededor.

 Escribo con una culpa arrastrada. No es fácil estar de pie, pero sí necesario.

viernes, 19 de febrero de 2016

Surco en tu corazón III

Otra noche recordé aquella vez que nos dijeron que no nos podíamos sentar así, sino así. Nunca me quedó claro cómo. También recordé el video que grabamos fumando orégano en la Loma y que exhibimos en clase de Díaz-Albertini. ¿Te acuerdas de su polo que decía "I ♥ Regina George" la primera vez que entró al saló? Recuerdo que lo odiaba. En verdad, no lo odiaba. Solo me llegaba al pincho. Nada más.

Recordé nuestras caminatas por Benavides con dirección al malecón, los rajes infinitos, las carcajadas, la extraña proximidad sentimental y mis quejas constantes por el tráfico del Óvalo Higuereta.

Recordé a Neptuno, y a Osa Mayor, y a Sedapal. Recuerdo las caminatas por la pista con estony mientras mi mejor amiga miraba noicaza a todos lados para que nadie nos atrape fumando weed. Ilusa, pero tiernamente ilusa. El vinito Bells, los auspicios de Plaza Vea, los juegos inflables de la  Semana Universitaria de tercer ciclo. Kids. ¿Cómo olvidar Kids?

Recuerdo el tráfico insoportable de Javier Prado, la Copacabana, el chiste del grano de tu papá, el carro de Silvy, la pizza auspiciada por la mamá de Rudy, la vez que casi atropellamos a alguien porque ibas a exceso de velocidad y te vencía el sueño. También que nos cagamos de risa luego del casi accidente, pero que acordamos que la culpa era del peatón. Cruzar la berma central puede ser un acto irresponsable.

Recordé, por supuesto, las fotos que nunca vi. El chantaje. El cruel chantaje telefónico que recibí por dos semanas. Las papas de bembos. Me acordé de nuestras caminatas desde UPC hasta Bembos de La Encantada solo para comer papas fritas extragrandes los lunes. Recordé que vivía ciego por sus ojos verdes. No me importaba tanto que sea un imbécil y tenga varios prejuicios, ver sus ojos me bastaba para relajarme.

Recordé nuestra promesa incumplida de ir a Quinta Escencia, la voz sensual. Me acordé de las caminatas por Chacarilla en la noche.

Recordé la salida de Surco Pueblo. La Capullana. La Castellana. Castilla y La Merced. La vez que tomé un taxi para ir a su casa, porque estaba demasiado arrecho , y que, cuando llegué, solo rompí en llanto sin razón. Recuerdo que me dio para mi taxi de regreso después de. Nunca se lo dije, pero se comportó mejor que muchos hombres que conocí después.

miércoles, 17 de febrero de 2016

Surco en tu corazón II

Hace unas noches recordé la caminata a la punta del cerro. Parecía el peregrinaje a un santuario, donde me esperaba una vista hermosa de la ciudad y una piscina sin funcionar. Recordé su odio por el musgo verde que crece del otro de Casuarinas, mis lágrimas la primera vez que le dije que era gay y su cara de felicidad.

Recordé nuestras tardes en Starbucks de caminos con Velasco Astete como niños bien, las caminatas al C.C. Caminos del Inca para ver con quién nos cruzábamos (y para rajar, obvio). ¿Ya mencione las empanadas de alcachofa en Pastipan? Sí, éramos unas chikiviejas plásticas, pero qué chucha.

Recordé la Feria del Trigal. Recordé que era el pretexto perfecto para encontrarte con amigos y para comprar chucherías que solo te las pondrías 3 veces. Me acordé de la ubicación de su departamento, de su mueble marrón, de su mamá, del té verde, sus tetas. Las de ella, nos las de su madre. Mis lágrimas aquella tarde que descubrí que no podía luchar contra quien era.

Recordé los parrales próximos cerca a mi urbanización. La fuente. La fuente era un point. En realidad, todo el parque Perez de Cuellar era un point. La absurda distancia de mi urbanización con el resto de la ciudad. Me acordé que tenía amigos que eran de Chorrillos cuyas madres venían a mi casa a buscar agua cuando les cortaban sin aviso. Sí, nosotros, del otro lado, teníamos jardín, pozo y cisterna. Agua hasta por las puras, pero otros no.

No lo dije, pero también teníamos parques, veredas, pistas, jardines externos con pasto japonés regados tres veces a la semana para que no se sienten y fuentes. Era un oasis de agua dulce rodeado de caos, de tierra muerta, de sal y pandillas de otras urbanizaciones que interrumpían el sueño. Un oasis que luego se autoenrejó para protegerse del resto, para no ser el resto. En fin, un microperú. 

lunes, 15 de febrero de 2016

Surco en tu corazón I

Hoy en la madrugada, caminando por la Loma, recordé Funhouse. Sí, recordé aquella fiesta con sus tocadas caletas, sus cojines tirados en el piso, las luces multicolor, a Pecana bailando locatza en medio de un pista improvisada y a una de mis mejores amigas desparramada en el jardín de un vecino diciéndome que jamás en su puta vida volvería a ese lugar.

Recordé el mito que rondaba aquel lugar, que decía que los viejos estaban atrapados en una especie de sótano secreto al fondo de la casa. Recordé a Adri Vainilla. Recordé que la odiaba, con no poca razón, porque me parecía una chica arrecha promedio, que justamente se había hecho popular por decir que era una chica arrecha promedio en su blog (que, naturalmente, recibía más visitas y comentarios que el mío).

Recordé que una vez estaba muy arrecho con un chico en la Loma, que un serenazgo se cagó de risa al vernos y nos dijo, "¿todo bien, chicos?" También me acordé del nuevo hotel donde se rumoreaba que los dueños eran narcos. Me acordé que mi ex crush-universitario que ahora hace entrevistas también vivía por allí. De hecho, que varias personas que tenían un espacio en mi memoria vivían o viven por la Loma.

Recordé las veces que me juntaba abajo de la loma a lanzar. Las tardes de verano. Mi amiga en su bicicleta rosada. Yo un poco subido de peso. Y Max. El otro, claro. Qué denso...

Recordé las caminatas por Bielich, Benavides was our Chinatown. Recordé que cuando nos quedábamos sin comida, nos aprovechábamos de un grifo en el camino para recoger víveres para el camino. Gracias totales, Grifo de Benavides. De hecho se daba cuenta, pero se hacía la loca. Solo figúrate: dos chibolos cabros muertos de hambre entran a tu tienda y se quedan en la caja más de 20 minutos para decidir qué empanada comprar.

Recordé a las putas de higuereta, sus ofertas de "una chupadita, joven". ¿Cómo explicarles que yo también me la como? Solo me reía y les decía que no. Te lo agradezco, pero no.