Recordé el mito que rondaba aquel lugar, que decía que los viejos estaban atrapados en una especie de sótano secreto al fondo de la casa. Recordé a Adri Vainilla. Recordé que la odiaba, con no poca razón, porque me parecía una chica arrecha promedio, que justamente se había hecho popular por decir que era una chica arrecha promedio en su blog (que, naturalmente, recibía más visitas y comentarios que el mío).
Recordé que una vez estaba muy arrecho con un chico en la Loma, que un serenazgo se cagó de risa al vernos y nos dijo, "¿todo bien, chicos?" También me acordé del nuevo hotel donde se rumoreaba que los dueños eran narcos. Me acordé que mi ex crush-universitario que ahora hace entrevistas también vivía por allí. De hecho, que varias personas que tenían un espacio en mi memoria vivían o viven por la Loma.
Recordé las veces que me juntaba abajo de la loma a lanzar. Las tardes de verano. Mi amiga en su bicicleta rosada.
Recordé las caminatas por Bielich, Benavides was our Chinatown. Recordé que cuando nos quedábamos sin comida, nos aprovechábamos de un grifo en el camino para recoger víveres para el camino. Gracias totales, Grifo de Benavides. De hecho se daba cuenta, pero se hacía la loca. Solo figúrate: dos chibolos cabros muertos de hambre entran a tu tienda y se quedan en la caja más de 20 minutos para decidir qué empanada comprar.
Recordé a las putas de higuereta, sus ofertas de "una chupadita, joven". ¿Cómo explicarles que yo también me la como? Solo me reía y les decía que no. Te lo agradezco, pero no.
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