miércoles, 17 de febrero de 2016

Surco en tu corazón II

Hace unas noches recordé la caminata a la punta del cerro. Parecía el peregrinaje a un santuario, donde me esperaba una vista hermosa de la ciudad y una piscina sin funcionar. Recordé su odio por el musgo verde que crece del otro de Casuarinas, mis lágrimas la primera vez que le dije que era gay y su cara de felicidad.

Recordé nuestras tardes en Starbucks de caminos con Velasco Astete como niños bien, las caminatas al C.C. Caminos del Inca para ver con quién nos cruzábamos (y para rajar, obvio). ¿Ya mencione las empanadas de alcachofa en Pastipan? Sí, éramos unas chikiviejas plásticas, pero qué chucha.

Recordé la Feria del Trigal. Recordé que era el pretexto perfecto para encontrarte con amigos y para comprar chucherías que solo te las pondrías 3 veces. Me acordé de la ubicación de su departamento, de su mueble marrón, de su mamá, del té verde, sus tetas. Las de ella, nos las de su madre. Mis lágrimas aquella tarde que descubrí que no podía luchar contra quien era.

Recordé los parrales próximos cerca a mi urbanización. La fuente. La fuente era un point. En realidad, todo el parque Perez de Cuellar era un point. La absurda distancia de mi urbanización con el resto de la ciudad. Me acordé que tenía amigos que eran de Chorrillos cuyas madres venían a mi casa a buscar agua cuando les cortaban sin aviso. Sí, nosotros, del otro lado, teníamos jardín, pozo y cisterna. Agua hasta por las puras, pero otros no.

No lo dije, pero también teníamos parques, veredas, pistas, jardines externos con pasto japonés regados tres veces a la semana para que no se sienten y fuentes. Era un oasis de agua dulce rodeado de caos, de tierra muerta, de sal y pandillas de otras urbanizaciones que interrumpían el sueño. Un oasis que luego se autoenrejó para protegerse del resto, para no ser el resto. En fin, un microperú. 

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