sábado, 26 de diciembre de 2015

Salida al cine

No sé para qué volví... Qué difícil es no mostrar interés y decir algunas estupidez para que te preste atención, porque sí, porque es incómodo ver que pretende no hacerlo aunque resulta más que obvio que se caga de ganas y quizá muy en el fondo tú también, pero qué chucha, el orgullo no te da para tanto y a él tampoco. Y así...

Qué jodido hablar de expectativas con él. Sí, con quien le propusiste de la nada tener un trio porque, ¿por qué no? Amar es compartir. Claro, pero él tenía (o tiene) el corazón el culo.  Pobre. Me pregunto si es tan difícil cambiar el corazón del lugar.  Quizá necesita una verga más grande para que se lo lleve más arriba. Ojalá no lea esto o me mandará al carajo. En realidad, ya lo debe haber hecho, pero no en mi cara.

Ya no sentí su perfume. Eso fue intenso. Yo soy de las personas que recuerdan los perfumes de quienes conocen, pero, esa vez, ya no sentí su olor. Nada. Totalmente nada. Lo más gracioso del asunto fue que me puse el suyo. Sí, no tenía nada a la mano y decidí pasavueltearlo un poco, y así paso.

La despedida fue terriblemente larga y aburrida. Cargada de esos silencios que te putean por todo, hasta por lo que ya no recuerdas. Estuve en el limbo un buen tiempo, sin saber a dónde mirar, ni qué tanto puntear. Entonces, como una iluminación divina, vi el televisor sobre la repisa: Rachel miraba a la nada. Parecía perdida. En ese instante comprendí que no, simplemente no. Le desee unas felices fiestas, y salimos al paradero.

Por supuesto, le dije que volveríamos a hablar, aunque no hemos vuelto a hacerlo

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