Luego, casi sin querer, vino el gran tema: los sacrificios. ¿Qué tanto sacrificas por complacer a la otra persona? Por supuesto, él no dejó atrás sus ideas. Yo tampoco. Resultado: suicidio grupal.
La despedida fue dura. Más que nada porque quería verle a la cara. Pero él insistió en hacerlo a través de un mensaje de WhatsApp porque la anterior vez que tocamos el tema me puse mal. Es verdad, pero sigo pensando que debió ser de la otra manera. Como sea, me agarro despreocupado, de pie, sujetándome del único espacio libre que tenía para no caerme mientras el bus se dirigía ala última estación junto con sus últimas palabras. Qué cheesy.
Al menos, no quedé como un patán. Me dijo que le parecí honesto. Parecí: verbo pretérito perfecto. Y divertido. Sí, porque lo guie a través de galerías en vez de esperar a la mitad de la película de cartelera para tocarle la entrepierna y robarle un beso; porque me quejaba exageradamente de una pestaña entrada en mi ojo, pero luego sonreía sin más; porque fingía sentirme culpable cuando me comía otra hamburguesa.
A veces lo extraño, a veces. Pero él no confiaba mucho en mí. De hecho, le hacía pasar malos ratos cuando le comentaba sobre la gente que conocía en Tinder o Grindr. Lo más raro: nunca pretendí tirármelos, solo hablar. Tal vez, sí. The less he knows the better.
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