No sé que tenía, pero me gustaba hablarle. No era exactamente el chico más popular, ni el que saca mejores notas, mas había algo que me atraía de él: su sencillez. Yo no soy del humilde. Lo sé desde pequeño. Poco a poco me junté más con él. Jugábamos juntos, en los recreos. A mí me encantaba competir. Una tarde, cuando estaba en tercer grado, un chico cuyo nombre no diré lo estaba jodiendo. Yo me molesté. Le dije que quién era para tratarlo así. El chico giró en el acto, y me tiró un puñete que me hizo sangrar la boca en el acto. Las cosas no volvieron a ser iguales.
Aquel muchacho fue visto como el chico malo del salón. Yo, como el que fracasó en su momento de hacerle el pare. No me sentía bien. A Gustavo lo llevaron donde el psicóloco. No comprendía nada. Luego de varios meses, volvimos a hablar. También se nos unieron otros chicos, entre ellos Juan Carlos y Sebastián. Me encantaba jugar con ellos. Cada recreo acababa sudadísimo, y me gustaba que sea así. Yo iba recuperando mi presencia en el grupo, y Gustavo se iba alejando de mí. Mis notan no era altas, eran buenas. "Para educar un niño, hay que amarlo", me decían en el colegio. Sin embargo, en mi casa parecía más a "Para educar un niño, hay que golpearlo".
Fue la etapa donde conocí a mi primer rival: el niño porcelana. Todos le molestaba al mocoso ese. Él se creía malo, porque jodía a los demás. Pero, la verdad, es que nadie le respetaba. Se hacía odiar, más de lo que yo lo hago ahora. Solo los más fuertes continúan, ¿no? Hice mi primera comunión con Gustavo y mis demás compañeros en cuarto grado. Ya era un niño grande, o al menos yo me sentía así. El siguiente año no lo recuerdo mucho, creo que no quiero hacerlo en el fondo. En sexto grado, Gustavo se fue. No lamenté tanto su partida como me hubiese gustado que sea.
Después, empecé la secundaria. Las cosas en casa iban bien, demasiado para ser cierto. No obstante, a finales de junio, llegó dios, y juzgó a vivos y muertos. Yo no merecía estar juzgado, pero lo estuve. Mis notas bajaron drásticamente, y mi inocencia se interrumpió. Nunca quise que así sea. Las cosas pasan por algo. Fue el año que entendí que una persona también puede ser la angustia de otra. Nunca había pensando que alguien fuese capaz de ocasionar tal tristeza en una persona solo con actuar. Mis padres fueron aconcejados por el psicóloco del colegio para que yo entre a terapia. Fui muy pocas veces, como 5. Le mentía a la pobre mujer para que me dé mi chocolate "Princesa", y me deje volver a mi cama para dormir. No fui más porque mis padres creían que era un gasto innecesario. Tenía 12 años.
Pasé los siguientes años quejándome de la soledad, de la libertad, de mí mismo, de los demás. Estaba mal. Me refugié en varios libros que leí. Ellos eran mi compañía. Me dieron muchas ganas de robarme varios de la biblioteca, pero robar es pecado. Por eso, no lo hice. También dejé de jugar fulbito. Empecé a entrenar en Atletismo. Quería correr. No sé en qué dirección, pero huir de allí. Descubrí por esa época que la sangre no es una buena tinta para escribir varias veces, que las heridas se las cura uno, que callar tiene un costo muy alto. Yo quería gritar, pero, ¿cómo hacerlo? No había lugar. Gustavo ya no estaba de mi lado, los otros desaparecieron en el camino. ¿A quién recurrir?
Por cuarto de media, vino un chico nuevo, Eduardo. Era distinto a los demás. No solo provenía de un buen colegio de curas, sino que este sí parecía tener valores. Era bronceado, alto, con sus cabellos dorados, un cuerpo atlético y una mirada noble, incapaz de hacer daño. Era la primera semana de clases. Yo me encontraba tranquilo, y José, un vivo de la clase, no dejaba de fastidiar. No podría hacer casi nada. Sabía que entre él y yo, me las llevaba la de perder. Tenías más fuerza, y no era tan cojudo de enfrentarme ante alguien que sabía me podía sacar la mierda. Pasaba un mal rato, cuando escuché aquellas palabras mágicas para mis oídos: "Oe, ¡qué te pasa? Ya deja de joder." Era él.
Sí, el chico nuevo, el bicho raro había hablado. José lo miró pésimo. Yo me dije, ahora se arma la bronca. Me paré de mi sitio, lo mismo Eduardo. José le dijo que para la próxima no se meta si le convenía y se marchó. Se quitó picón. Lo sé. Yo estaba mudo. Nunca antes un chico me había defendido. Pude comprender, entonces, como se sintió Magdalena antes de ser muerta a pedradas. Estaba con Dios. Él me ayudó a tranquilizarme, me habló muy seriamente de que no debiera dejar que nadie me fastidie, y me dio un abrazo. Toqué a Adán, y no quería renunciar al pecado.
Desde aquel instante todo cambio. Me empecé a fijar en aquel muchacho de una manera alucinante. Me infundía respeto cariño, y también le deseaba. No comprendía lo que pasaba. ¿Era normal? ¿Qué mierda tenía él que no tuviese los demás? ¿Era su forma de ser, su belleza? No lo sabía, mas lo que sí puedo afirmar es que después de aquel incidente él no me habló mucho. Yo sufría por eso. Me preguntaba si lo amaba. Amar no era un pecado. ¿Pero amar un hombre? ¿Qué era eso? ¿Estaba bien? ¿No iría al infierno?
Me pasé preguntándome mucho esas dudas, hasta que llegó el último año. Eduardo ya no estaba. Solo me quedó su recuerdo, su olor luego de las clases de Educación Física, su sonrisa. Ese año tocaba hacer La Confirmación. No la hice. Mi madre murió un poco más. Si mi hermana le había quitado media vida, yo le había quitado un cuarto. Fue un año inconsciente, un poco rojo. Nada fuera de lo normal. Fue, en marzo, la última vez que vi el SanMartin incrustado entre mis piernas blancas. También decidí que estudiaría algo de letras, nada de números. No porque sea malo, sino porque no soy del todo racional después de todo. Dejé el colegio con mi alma vacía, sin Gustavo, sin Eduardo, sin novia, sin novio, sin haber estado allí 11 años. No sabía qué me deparaba el futuro. Solo esperaba que sea mejor.
Las cosas pasa y ya. Nadie las elige y pienso que no hay porque lamentarnos (aunque admito que sí, alguna vez me pregunté: porqué esto a mí?), pero bueno, lo importante es tratar de disfrutar cada momento.
ResponderEliminaropino como tu! muy buen info financial help
ResponderEliminarNo creo que fuera casualidad que te fijaras en Gustavo ni que Eduardo se fijara en ti... Somos lo que somos, y no lo improvisamos si no que nos vamos haciendo poco a poco...
ResponderEliminarUn abrazo.
El tema ese de "me iré al infierno x gay" me hizo recordar demasiado a mi propio despertar, por suerte uno crece.
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Pues NO; amar a un hombre por otro hombre no es un pecado, es OBLIGACIÓN; pues el mismo Hijo de Dios nos mandó que nos amÁsemos unos a otros; pecado es que nos amasÉmos unos a otros, o unas a otras, o unos y unas a otras y unos.
ResponderEliminarPero también puedes ir al infierno por robar los libros de la biblioteca, o por "acordarte sólo de Sta. Bárbara cuando truena". Todo depende de las ganas que tengas de ir al cielo; harás, o dejarás de hacer, muchas cosas, no eres omnipotente e ilimitado que todo lo puedas.
Angela: Así es, lo importante es vivir cada momento al máximo.
ResponderEliminarPeaceforver: Creo que tienes razón...
Lemonguype: Exacto, por suerte uno crece.
Felicia: gracias!
betulo: Lo sé, pero era chiquillo. Rcién entraba en el mundo, y tenía un huevo de dudas.