lunes, 19 de marzo de 2012

Como si fuera la primera vez...

Aún recuerdo la primera vez que quedé con un pata para tener sexo. Tenía 16 años, él 23. Lo encontré en una sala de chat; intercambiamos msn, y nos vimos. Me imagino que la idea de tirarse un post-púber le excitaba a mil. Yo me arrechaba por aquel entonces con solo una conversación. Él se sabía todas las jugadas. Fui con mis braquets, mi tartamudez, y mi terrible pronunciación de R, que le hizo preguntarme más de una vez si en verdad era de aquí, o si le estaba tomando el pelo.

Aquella vez yo vestía un polo, un jean y una casaca simple. Tenía mi cabello corto. Él era más chato que en las fotos, con los ojos verdes y una barba un poco crecida. Me atraían las barbas, pero la suya me causaba repulsión. No se lo dije, claro, por cortesía. La caminata por San Isidro resultó larga, distante. Sus ojos me miraban desconfiados de rato en rato, como si de pronto fuera a gritar que estaba siendo acechado por un hombre mayor con ganas de tirarme por la fuerza. Supongo que tenía tanto miedo como yo frente a lo que mis nervios me podían hacer en cualquier momento.

Lento, con la mano sudando, llegué a su departamento. Empecé a practicarle sexo oral, y sus jadeos no se hicieron esperar, luego puso muchas almohadas sobre su cama, y me sentó encima. Mi cuerpecito apenas flotaba entre estas, y él empezó la faena. Me intentó lubricar, pero no cedía. Empujó un dedo, y nada. Luego dos, me fastidiaba. No era como lo recordaba, no se sentía bien. Me faltaba esa comodidad, y eso que me había atraído. Me abrió la piernas, él se colocó, y lo empujé. Lo eché para atrás con fuerza, sin decir una palabra. Mis ojos lo decían todo. Empezó a fumar, yo me vestí a mi ritmo, y salí del cuarto.

Al bajar, me sentí sucio, asqueroso, salvado por una obra milagrosa de no quedar como una puta. Agradecí a Dios y seguí mi camino. Caminé hacia el malecón, quizá, con la esperanza de que el viento aleje de mí ese olor a sexo nauseabundo que sentía en aquel momento. Nunca más volví a saber algo del tipo. Sin embargo, aquel mal sabor no me impidió saciar mis descubrimientos más adelante.

Volví a salir con otros chicos. Salí con un par más hasta que tuve la fuerza suficiente para dejarlos entrar. Era más simple conseguir un hombre para follar, no había tanto lío. A mi favor estaba el hecho de que no conocía a muchos gays, y que tampoco salía a lugares de ambiente. No resultaba precisamente el arquetipo de hombre latino, pero sabía convencerlos con otras cualidades menos ortodoxas. Sin embargo, con los años, me aburrí. Me cansó fornicar con tantos. Lo había hecho con un tipo que me duplicaba la edad, con otro más púber que yo, con un coquero, con un universitario, con un jugador de rugby, con alguien cercano a mí, y otros más. Quería crecer y tener una relación.

Lo intenté, acabé hasta el culo. Ahora que intento buscar un pata para tirar no puedo hacerlo. No es que sienta asco, ni me sienta puta,  es solo que no estoy tan bien conmigo mismo. No me logro ver fornicando con un huevón de cabeza hueca. Así como tampoco me veo tan apetecible, lo cual es preocupante. Sé que lo segundo se puede "mejorar". Pero, creo que el problema va más allá. Es algo mental con lo que debo luchar. Me es muy difícil. Debo aprender a no bloquearme las oportunidades que tengo de conocer a gente nueva que sé, en el fondo, me pueden ayudar a pasar un buen rato en lo que sea. Siento que vuelvo a empezar.

4 comentarios:

  1. Tremenda la historia. Yo la verdad jamás tuve una experiencia así, ni a los 16 años (ni a los 17, ni a los 18).

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    1. Bueno, yo sí, tuve varios, especialmente a los 17/18. Ahora nada...

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