sábado, 8 de octubre de 2011

La buena compañía

Verán, existen películas que no se pueden ver con cualquier persona, o, mejor dicho, existe un tipo de compañía estricta para ciertos tipos de película, de lo contrario la experiencia de post-consumo puede llegar a ser muy deprimente. Este es el caso de Manhattan. Sí, esa (no sé si) tragicomedia(?) de Woody Allen en la que el personaje principal vive enamorado de una muchacha de 17 años, pero la situación se jode por la llegada de una mujer y porque él tiene 42 años. Pero, no hablaré más sobre la trama, porque no me gusta arruinarle la vida a las personas que aún no la han visto, y porque de eso no trata el post.

Sucede que cuando uno ve Manhattan le sumergen unas ganas  muy fuertes de abrazar, ya sea el celular, una almohada, un novio, una billetera, lo que sea, porque te da ternura. Ok, dije que no hablaría del filme, y lo siento mucho, en verdad, pero es que juro que tengo un punto para llegar hasta donde estoy. Si has llegado asta aquí, puedes leer unas líneas más. Lo sé. Bueno, decía que es de esas películas que te inspiran a abrazar, pero más que eso a buscar cariño, ya sea con una sonrisa, un abrazo, un guiño, lo que sea, por lo que la presencia de alguien que sea especial es muy importante.

No obstante, no basta con que sea especial. No, tiene que estar comprometido a estar allí para que luego de que pasen los créditos haya  algo que compartir sobre esta más allá de un: Un toque, me voy a llamar. Resulta inconcebible, y disculpen si exagero, que uno se dé cuenta que está solo luego de verla. Es desmoralizador, tétrico, altamente acongojante, sentirse así. Y, digo sentirse, porque por más compañía que uno pueda tener, esta puede resultar increíblemente distanciada de lo que está ocurriendo a tu alrededor. Por eso, mucho ojo con quien vamos a ver películas.

Ayer no estuve seguro de cuando me sentí más estúpido, si  luego de ver Manhattan, o mientras estuve en el silencio viendo el inicio del DVD como hipnotizado por más de 10 minutos. Quizá, tenga un terrible problema de socialización, o quizá mi compañía sea drásticamente aburrida en esos casos. Como sea, al final opté por irme a fumar; tal vez porque sentía la necesidad de sentirme sexy, porque un hombre con cigarro en la boca resulta sexy; porque estaba ansioso; porque soy un chibolo cojudo, y porque me gusta fumar, aun cuando estaba un poco mareado sin razón aparente.

Antes de irme a dormir, pensaba en cómo Lima se ponía de acuerdo para joderme una noche con su locura futbolística y sus infinitas muestras de amor. Juro que maldije a cada pareja que vi en las calles, y que hice lo mismo con cada hincha desenfrenado que vi. Mi cabeza me empezó a doler: era hora de soñar. Y recordé que, al menos, mi almohada no se aparta de mí.

Ps: No estoy molesto, solo un poco bajoneado.

3 comentarios:

  1. deberíamos ir al cine con ella...

    I completely agree with you.

    Vio 21 grm? bueno, no puedo evitar querer traspasar esa pantalla en más de una escena de Sean.

    ResponderEliminar
  2. No voy a hablar de Manhattan, que aunque está considerada la mejor película de Woody Allen, dista de ser mi película favorita. En cambio comparto contigo esa sensación de soledad que produce tener emociones difícilmente compartibles, no ya porque no estés con la compañía adecuada, que también podría ser, sino porque uno tampoco sabe cómo compartirlas ya que no sabe ni cómo explicarlas y mucho menos comunicarlas.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Rochitas: Es que esa compañía es tan necesaria.

    Peace-for-ever: En verdad, es tan jodido a veces simplemente siquiera poder mirar a alguien fijamente a los ojos...

    ResponderEliminar