miércoles, 12 de marzo de 2014

Rollos Maternos

Detestaba que tocase la puerta como desquiciada los días que iba al colegio. Alteraba mis nervios. Yo siempre he sabido hacer las cosas de manera pausada, tal vez demasiada para su gusto. Entonces, me abotonaba lentamente, y permanecía minutos contemplando el vaso de leche diario, que tanto detestaba.

No puedo recordar con exactitud desde cuando empezamos a congeniar tan poco, pero sí puedo mencionar que cuando tenía 15 años la ponía tan histérica que hacía que llore conmigo, porque yo no podía entender absolutamente nada de mí, y mi falta de auto-aceptación me convertía en el hijo más cruel y neurótico que una madre podría desear. Era casi como un ritual. Llegaba del colegio deprimido; ella venía del trabajo a descansar a su cuarto; le decía lo absolutamente miserable que me sentía hasta que estallara, y luego me iba. Supongo que tal proyección me liberaba, aunque ella fue perdiendo lentamente la poca sensibilidad que le quedaba.

Con el tiempo, y luego de llevar a 2 de sus 3 hijos al psiquiatra, ella se tranquilizó, pero la culpa quedó. Parece absurdo, pero eso nunca se borra. Es como un cáncer que no lo puedes extraer de ti, y que, aunque no te duela, siempre va a estar ahí, jodiéndote la vida, haciéndote recordar a través de esos repentinos arranques de locura; esas alzadas de voz inexplicables; y demás. Por suerte, yo también me tranquilicé, y nuestra relación mejoró un poco.

Que ahora no nos hagamos llorar mutuamente no significa que las cosas están bien. En verdad, nunca creo que lo lleguen a estar del todo, y tampoco tengo el interés que lo estén. Me cansé. A los 17 años supe que no quería hacer más por nuestra relación. En cierta forma,  eso ha funcionado. Nos matamos menos; sin embargo ciertas marcas nos quedaron. A ella en el corazón, a mí en el cerebro.

A veces pienso que debería sentarme, y afirmarle las veces que sea necesario que, efectivamente, me acuesto con hombres en vez de negarlo como aquel día. Eso la volvería loca, y lloraría como cuando tenía 15 años, pero sería algo reconfortante hacerlo. Pienso, "quizá  así pueda sentirme un poco más". Desafortundamente, no puedo ser tan bastardo con sus sentimientos, aunque algo he trabajado ya el asunto haciéndole saber varias veces que no pienso tener un hijo, sino adoptar uno,y no precisamente con una mujer.

Es curioso reconocer que me cargó 9 meses en su vientre para luego tener que soportar mi parsimonia, y gastar más plata de lo habitual en terapias psicoanalíticas. Algunos hijos deben procurar una relación armoniosa con sus madres para vivir. Otros las tenemos que matar para no morir. Aún no hemos tenido esa charla; solo espero que me agarre con un techo, y una clonazepam en el bolsillo. 

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