sábado, 13 de noviembre de 2010

Ojos de Dios

Mis padres siempre quisieron un buen hijo cristiano. Por eso, me metieron a un colegio de curas. Yo no sabía en que metía. Solo sabía que allí pasaría 8 horas de mi vida por 11 años sin opción a reclamo. No tuve muchos amigos al principio. Pero, con los años, me hice de varios. Era muy empático. El día más esperado por mí era el sábado. Todos los alumnos no reuníamos para jugar fulbito por turnos en las canchas del colegio. Era volante. Nunca me gustó ser arquero o delantero, menos defensa. Me divertía jugar y quedar empapado de sudor. Le gustaba a todos los de mi clase, menos a Gustavo. Él siempre rogaba por quedarse en banca. Yo no le entendía, hasta que un día decidí hablar con él.

No sé que tenía, pero me gustaba hablarle. No era exactamente el chico más popular, ni el que saca mejores notas, mas había algo que me atraía de él: su sencillez. Yo no soy del humilde. Lo sé desde pequeño. Poco a poco me junté más con él. Jugábamos juntos, en los recreos. A mí me encantaba competir. Una tarde, cuando estaba en tercer grado, un chico cuyo nombre no diré lo estaba jodiendo. Yo me molesté. Le dije que quién era para tratarlo así. El chico giró en el acto, y me tiró un puñete que me hizo sangrar la boca en el acto. Las cosas no volvieron a ser iguales.

Aquel muchacho fue visto como el chico malo del salón. Yo, como el que fracasó en su momento de hacerle el pare. No me sentía bien. A Gustavo lo llevaron donde el psicóloco. No comprendía nada. Luego de varios meses, volvimos a hablar. También se nos unieron otros chicos, entre ellos Juan Carlos y Sebastián. Me encantaba jugar con ellos. Cada recreo acababa sudadísimo, y me gustaba que sea así. Yo iba recuperando mi presencia en el grupo, y Gustavo se iba alejando de mí. Mis notan no era altas, eran buenas. "Para educar un niño, hay que amarlo", me decían en el colegio. Sin embargo, en mi casa parecía más a "Para educar un niño, hay que golpearlo".

Fue la etapa donde conocí a mi primer rival: el niño porcelana. Todos le molestaba al mocoso ese. Él se creía malo, porque jodía a los demás. Pero, la verdad, es que nadie le respetaba. Se hacía odiar, más de lo que yo lo hago ahora. Solo los más fuertes continúan, ¿no? Hice mi primera comunión con Gustavo y mis demás compañeros en cuarto grado. Ya era un niño grande, o al menos yo me sentía así. El siguiente año no lo recuerdo mucho, creo que no quiero hacerlo en el fondo. En sexto grado, Gustavo se fue. No lamenté tanto su partida como me hubiese gustado que sea.

Después, empecé la secundaria. Las cosas en casa iban bien, demasiado para ser cierto. No obstante, a finales de junio, llegó dios, y juzgó a vivos y muertos. Yo no merecía estar juzgado, pero lo estuve. Mis notas bajaron drásticamente, y mi inocencia se interrumpió. Nunca quise que así sea. Las cosas pasan por algo. Fue el año que entendí que una persona también puede ser la angustia de otra. Nunca había pensando que alguien fuese capaz de ocasionar tal tristeza en una persona solo con actuar. Mis padres fueron aconcejados por el psicóloco del colegio para que yo entre a terapia. Fui muy pocas veces, como 5. Le mentía a la pobre mujer para que me dé mi chocolate "Princesa", y me deje volver a mi cama para dormir. No fui más porque mis padres creían que era un gasto innecesario. Tenía 12 años.

Pasé los siguientes años quejándome de la soledad, de la libertad, de mí mismo, de los demás. Estaba mal. Me refugié en varios libros que leí. Ellos eran mi compañía. Me dieron muchas ganas de robarme varios de la biblioteca, pero robar es pecado. Por eso, no lo hice. También dejé de jugar fulbito. Empecé a entrenar en Atletismo. Quería correr. No sé en qué dirección, pero huir de allí. Descubrí por esa época que la sangre no es una buena tinta para escribir varias veces, que las heridas se las cura uno, que callar tiene un costo muy alto. Yo quería gritar, pero, ¿cómo hacerlo? No había lugar. Gustavo ya no estaba de mi lado, los otros desaparecieron en el camino. ¿A quién recurrir?

Por cuarto de media, vino un chico nuevo, Eduardo. Era distinto a los demás. No solo provenía de un buen colegio de curas, sino que este sí parecía tener valores. Era bronceado, alto, con sus cabellos dorados, un cuerpo atlético y una mirada noble, incapaz de hacer daño. Era la primera semana de clases. Yo me encontraba tranquilo, y José, un vivo de la clase, no dejaba de fastidiar. No podría hacer casi nada. Sabía que entre él y yo, me las llevaba la de perder. Tenías más fuerza, y no era tan cojudo de enfrentarme ante alguien que sabía me podía sacar la mierda. Pasaba un mal rato, cuando escuché aquellas palabras mágicas para mis oídos: "Oe, ¡qué te pasa? Ya deja de joder." Era él.

Sí, el chico nuevo, el bicho raro había hablado. José lo miró pésimo. Yo me dije, ahora se arma la bronca. Me paré de mi sitio, lo mismo Eduardo. José le dijo que para la próxima no se meta si le convenía y se marchó. Se quitó picón. Lo sé. Yo estaba mudo. Nunca antes un chico me había defendido. Pude comprender, entonces, como se sintió Magdalena antes de ser muerta a pedradas. Estaba con Dios. Él me ayudó a tranquilizarme, me habló muy seriamente de que no debiera dejar que nadie me fastidie, y me dio un abrazo. Toqué a Adán, y no quería renunciar al pecado.

Desde aquel instante todo cambio. Me empecé a fijar en aquel muchacho de una manera alucinante. Me infundía respeto cariño, y también le deseaba. No comprendía lo que pasaba. ¿Era normal? ¿Qué mierda tenía él que no tuviese los demás? ¿Era su forma de ser, su belleza? No lo sabía, mas lo que sí puedo afirmar es que después de aquel incidente él no me habló mucho. Yo sufría por eso. Me preguntaba si lo amaba. Amar no era un pecado. ¿Pero amar un hombre? ¿Qué era eso? ¿Estaba bien? ¿No iría al infierno?

Me pasé preguntándome mucho esas dudas, hasta que llegó el último año. Eduardo ya no estaba. Solo me quedó su recuerdo, su olor luego de las clases de Educación Física, su sonrisa. Ese año tocaba hacer La Confirmación. No la hice. Mi madre murió un poco más. Si mi hermana le había quitado media vida, yo le había quitado un cuarto. Fue un año inconsciente, un poco rojo. Nada fuera de lo normal. Fue, en marzo, la última vez que vi el SanMartin incrustado entre mis piernas blancas. También decidí que estudiaría algo de letras, nada de números. No porque sea malo, sino porque no soy del todo racional después de todo. Dejé el colegio con mi alma vacía, sin Gustavo, sin Eduardo, sin novia, sin novio, sin haber estado allí 11 años. No sabía qué me deparaba el futuro. Solo esperaba que sea mejor.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Carta a Maxtian


Querido Maxtian:

Disculpa si no te escribo seguido, pero es que quiero que te olvides de mí. No te envio la dirección, porque no quiero que me ubiques. No creas que no agradezco tu besos y la afectividad de tu familia, pero ya no puedo volver a aquel lugar. ¿Por qué? Ya no debes verme más. Tienes que olvidarte de mí, dejar mi sombra en paz. Tienes que buscar un buen hombre, sonreír más, y dejarte de cojudeces. Quizá lo último te haga llorar. Sé que eres sensible, pero esa es al verdad. Te lo digo porque te quiero. Me importas.

Sin embargo, ya no quiero compartir mi vida contigo. Necesito probar nuevos espacios. Tu cuarto es cómodo, la vista al jardín preciosa, mas encarceladora. No he salido de tu casa por ti, sino por mí. Tampoco voy atrás de un chico si te interesa saberlo. Sé que necesitas leer esto. Tratas de ocultar muchas veces tus celos, pero tu histeria los reluce de la manera más natural. No sabes mentir, pero sí actuar.

Dile a las chicas que las extraño, que son las mejores mujeres que un hombre puede desear. También, envíame un pote de mermelada de la tía Chachi, y dile al tío Andrés que junto a la letra le envío una caja de habanos, por todos los hurté alguna vez. Además, te envío a ti una caja de lapiceros nueva. Sé que los usarás.

Eres un buen chico y quiero que seas feliz, mas no a mi lado. Sal de tu casa, ríe, grita, llora, pero nunca te calles. A veces, puede ser extremadamente jodido tener que sacarte la información por cucharitas. Por lo demás, todo va bien. Creo que estás muy bien como estás. Sigue teniendo sexo. Búscate un buen amante. No me gustaría que bajes de nivel. Es un extasis tirar contigo, aunque eres muy exigente determinadas veces.

No te recomiendo que te drogues. No es bueno. Tampoco te expongas mucho al sol. Tienes la piel muy sensible, y te la puedes cagar con el paso del tiempo. Toma té en las noches, no te desveles, y no me escribas tan seguido. ¡No seas tan masoquista, carajo! Disculpa si me dirijo a ti de esa forma, pero sé que no aprenderás si lo digo con ternura. Mucho menos podría golpearte. Eso te dolería más. Además, no soportaría verte llorar tanto.

Cuídate mucho, por favor. No te maltrates tanto. No dejes que lo hagan otros. Come, aunque sea cualquier cojudes que venden en tu escuela, pero hazlo. No sé qué más decirte. Supongo que ya te he dicho todo lo que sentí que mereces saber. Disculpa si no escribo del todo bien. No lo hago tanto como tú. Sigue haciendo. Eso te libera, te hace ser más tú.

Sonríe, y protégete (de ti y los demás)
Santiago

lunes, 8 de noviembre de 2010

Carta a Santiago




Ay, Santiago, Santiago. ¿Qué paso con nosotros?

¿Cómo estás?, ¿dónde estás? Llevo meses sin saber de ti. Parece que ya no vives allí. He pasado cada viernes religiosamemnte frente a tu puerta esperando ver tu ventana con la luz prendida, pero ya no brilla más. Se te extraña por acá. La tía Chachi me pregunta por ti. Ya sabes cuánto ama tus ñoquis. Mi nana también. Cree que fuiste el único chico que mereció mi cariño. Pobre mujer. Se reciste a creer que te perdimos hace mucho.

Pero es que esto no tiene nombre. Nos has dejado a todos peor que madgalenas, y mira tú que acá no hay ninguna virgen. Ay, Santiago. ¿Por qué te marchaste? ¿No fueron suficientes mis besos a hurtadillas, las cartas que te escribí, las veces que me acosté contigo, o las otras tantas que te dejé probar otros cuerpos? Ya no sé qué pensar. Me has hecho daño. Me has dejado plantado y más descepcionado de los hombres que otras veces. Y sabes que soy sensible. Sabes que soy propenso a los vicios, aunque nunca me atreva a probar de la yerba de tu cajita de metal. No. Esa es tuya, Santi. Yo respeto propiedad ajena.

¿Te acuerdas de los mellizos? Ya están grandes, igual que la higuera. Los deberías ver. ¡Ahora hasta se pelean por coger los higos más grandes! ¿Te acuerdas de la mermelada de la tía Paula? Jamás has probado tal placer en tu paladar, o eso me decías tú. Acá tenías todo. Un grupo de mujeres que te amaban, unos niños que te veían como hermano, la mejor mermelada del mundo, los habanos del tío Andrés, y a mí, Santi, para que hagas lo que se te antoje, pero nunca fui suficiente para ti.

Siempre quisiste más. Yo nunca supe qué fue más para ti. ¿Más amor, más sexo, más hacer el amor sin sexo? ¿Qué era para ti más? Necesito saberlo. Pero es que no sabes como estoy. Llevo 87 noches llorándote y aún no me logro curar de tu partida. Chachi me ha dicho que me relaje, que busque nuevos tipos. Claro, como ella ya está preñada con el hijo es fácil. Si yo también me manejase un par de ovarios, tal vez tendría un pequeño Santiaguito creciendo dentro de mí. Pero no. Me dejaste tu aliento y no tu boca, tu esencia y no tu ser, tu recuerdo que provoca.

Es que tú tienes que regresar. No es justo que te vayas sin dejar rastro. Yo nunca quise hacerlo, pero tú me obligaste. Mi cuerpo lo pedía, ¿sabes? Noche tras noche buscaba en tu sexo la respuesta, pero no la hallaba. Me estaba volviendo loca o loco. Ya no lo sé. Con tanta mujer acá, se te pega la mariconada. Pero eso no es lo que importa. Lo que realmente quiero que sepas es que tú fuiste el causante de todo esto, de mi histeria, de mi pasión, de mi locura, de mis lágrimas, de mi amor.

Ay, Santiago, nunca quise destruirte. Solo quería más atención para mí, porque tú sabes que soy sensible. Requiero cariño, afecto, mimos. Me estabas dejando de la lado, y no lo podía permitir. Por eso, lo desaparecí. No aguantaba verte trasnochado tras el. Por eso, te molestaste. Me dijiste cosas muy feas. No las diré porque simplemente trato de recordarlas, pero te lo repito: Me dijiste cosas bien feas, que hirieron mi alma. Luego, al día siguiente, ya no estabas. Lamentablemente, te habías olvidado de ti.

Nos dejaste tu sombra paseando por la casa. No es que no nos guste hablar con ella, pero nunca se queda quieta como tú. Todos te extrañamos. Sin embargo, yo más, porque necesito de ti. Tu cuerpo es mi caliz, Santi. Requiero de él para estar en paz con el Señor y con mis hermanos. Ven pronto, por favor. Eso sí, que sea un martes, porque si vienes jueves no encuentras mermelada. Te quiero mucho. Prometo no quemar tus notas si vuelves. Piensa que a las chicas también les gusta fantasear con un hombre de vez en cuando.


Te desea y te quiere

Maxtian

domingo, 7 de noviembre de 2010

La enfermedad

Escuchando Contigo me doy cuenta de que pasará mucho tiempo hasta que alguna vez lo pueda sentir. Yo no comprendo cómo la gente se enamora. No lo entiendo. He tratado de hacerlo muchas veces, pero mientras más trato de buscar en mi historial, más me doy cuenta que nunca he amado. Solo he querido mucho.

No me gusta , porque la gente comete actos estúpidos en su nombre. Tampoco me gusta porque lo considero dañino. Amar es para idiotas o para gente que es buena de verdad. Es así. Lamentablemente, yo no soy lo suficientemene idiota ni bonadadoso como para entrar en él. Algunos de mis amigos piensan que es raro que siendo como soy vea al amor de manera tan sistemática, pero es que creo que es así. Estoy seguro de que existe una ecuación para amar. La gente no puede estar unida para siempre.

Quizá se me acuse de insensible, de chibolo inmaduro, de imbécil, pero es que esa es mi realidad. Esa es mi verdad. Yo he renunciado a enamorarme muchas veces, porque lo que he visto que es, no me gusta en absoluto. Me da miedo. Me he difícil concebir el hecho de que esté subyugado a algo que escapa de mí. Es enfermizo, casi maniático, y ya no estoy dispuesto a caer más de lo que he caído todo este tiempo.


jueves, 4 de noviembre de 2010

El país de los caletas

No estoy seguro de cuándo los roles se cambiaron, pero creo fervientemente que los caletas se computan las nuevas tapadas limeñas. ¿Cuándo ocurrió eso? Ni yo lo sé. En una ciudad grande, donde conocer varias personas es algo común, y donde todos buscan salvaguardar un poco su privacidad, autodefinirse como caleta es la mejor opción para un gay que no ha salido del closet. Un típico hombre así a) no frecuenta lugares de ambiente, b) no se relaciona con loquitas, ni esas weaaadas, c) busca "gente bien", d) vive una vida straight (obviamente) y e) es bien machito.

No sé cuántos habré conocido en mi vida. No he tirado con todos, solo con algunos. Por obvias razones, incluyéndo mi terrible voz aguda y mi cara de pussy, yo les resultaba mucho más gay de lo que ellos pudiesen serlo para mí. Todos me aseguraron llevar una vida "tranquila", normal. Claro, si te es común haberte tirado a medio lima entre 17 y 19 años. Luego, a la gran mayoría no le gustan afeminados. Sin embargo, en la cama, algunos te dicen perra o putita, y les encanta que gimas, pero suavemente. Nunca tan escandalosa.

Tampoco tienen muchos amigos gays. Los pueden quemar. Otros creen que siguen siendo bisexuales, aunque la última chica que se tiraron fue hace 5 años, y no tienen relación sentimental con alguna desde hace 4. No obstante, se acostaron con un tipo que encontraron en el MH la semana pasada. Con el tiempo, pasará. Alucinan que es casi imposible que un pata les diga que no, y su cuerpo como arma seductora es su mejor instrumento. Ni qué decir de sus relatos en cuanto a experiencias sexuales.

Lima es gris, porque está quemada. Al final, tarde o temprano, casi todos sucumben a los placeres desvergonzados. Solo unos pocos sobreviven, y de aquellos no se tienen cifras, porque aquí nadie sabe nada.

Primaveralmente jodido

Si existe alguien que pueda comprender este clima, comuníquese urgentemente conmigo. Es que ya no sé si estoy en invierno o primavera. Hace ya varios días que en Lima hace un frío terrible como si estuviésemos en pleno mes de Julio. Así mismo, uno ya no sabe si ese día tiene que salir más o menos abrigado de su casa, pues algunas veces sale un increíble sol a medio día, y otras son mañanas grises.

Ya sé que la culpa la tiene bush, yo, el calentamiento global, el movimiento de aire de las corrientes oceánicas y bla bla bla, ¡pero es que esto es demasiado! Uno puede ser humano, calcular, predecir, tratar de interpretar cómo sera el tiempo ese día, mas nunca saber a ciencia cierta, pues. Es hora de que alguien le dé un jalón de orejas a la madre naturaleza, y le haga saber que también somo seres vivientes, ¿no? Quizá un poco inconscientes algunas veces, pero con vida al fin al cabo.

Ahora estoy con una rinitis que me jode en todo lo que hago. No puedo escribir bien, pajearme gustosamente, o atender bien mis clases sin estar con mi klenex al lado. Es que, en verdad, ¡es un abuso! Como si no le bastase con enfermarme, también me hace gastar en medicinas y demás. Esta situación no puede seguir así. No niego que está bien cometer locuras un poco, pero que tampoco se pase, y más si hay muchas personas de por medio.

martes, 2 de noviembre de 2010

Danilo

Te gustaba ir de copiloto en aquella 4x4 del año, aunque te daba miedo. Los podían ver. Sin embargo, siempre te gustó correr riesgos. Por eso, salías con Sergio. Tenía 7 años más que tú, 25, pero te gustaba así. No trabajabas, y sus tarjetas siempre estaban dispuestas a satisfacer tus caprichos cada vez que quieras. Tú también satisfacías los suyos, pero de una manera más privada, claro.

Lo conociste por el chat, como cualquier chico ingenuo de tu generación que se aventura en nuevas experiencias pensando que aquel no podría ser tan mal lugar para ligar con hombres: eras nuevo. No tardaste mucho en conseguir uno. A ellos le gusta la carne fresca. Lo sabes. Ninguno te convencía del todo por cam, hasta que llegó él. Era trigueño, cosa que no te gustaba, pero tenía un cuerpo formado, y un bonito rostro. Aceptaste salir con él. Temblaste tu primera cita. Nunca antes habías salido con un chico. Luego, cuando te intento besar en su carro, ni siquiera podías mover los labios. No sabías qué hacer.


Para tu suerte, no te llevo a su departamento. Te quería levantar, pero se contuvo. Ya sabe cómo moverse con chibolos como tú. Te invitó unas 6 veces a la Trattoria, 5 a La Gloria, 7 a Antica , y no sé cuántas veces a tomar un té a San Antonio. Te compró tus Adidas, tu polo Lacoste, tu reloj, tu ser.Todo resultaba perfecto, pero sabías que tarde o temprano iba a tocar pagarle con creces, y no justamente con dinero.


Fue así que el día que cumplieron 6 meses luego de salir decidiste acompañarlo a su departamento. No irían solamente a tomar un vino, y comer postrecitos. Irías a tirar. Eras chibolo, pero no cojudo. Además, preferías hacerlo antes que él te empezara a recriminar los gastos. Aquel día te pusiste tu mejor ropa y un lindo boxer anaranjado. Se encontraron en KFC de Larcomar, subiste a su carro, y se marcharon a su departamento. Nunca habías entrado. Era lindo.


La sala tenía un gran ventanal que daba hacia el malecón. La vista era hermosa. Dentro de esta había varios estantes de libros, un escritorio con varios post-its alrededor, unos sofás antiguos, y una mesita de centro que sostenía una maquina de escribir antigua. Cogiste el primer libro que viste. Era un álbum de fotos. Viste muchos chicos lindos. Todos parecían tener tu edad. Te dio un poco de miedo. De pronto, oíste un click, giraste, y lo encontraste tomándote fotos.


No dijiste nada. Solo callaste, no querías saber para qué eran esas fotos, pues temías de su posible reación. Luego, entraste a su habitación, era blanca, con vista al malecón, y con unos grandes espejos en todo el closet, que estaba ubicado frente a la cama. Te desnudó rápido. Se denudó lento. Quería saborear su momento. Temblabas por lo nervioso que estabas, pero te exitaba la idea un poco. No lo puedes negar.


Se la chupaste un rato. Hasta ahí todo normal. No era la primera vez que lo hacías. Luego, se puso el condón, te puso boca abajo. Te agarró con un abrazo tus dos manos, colocó una almohada debajo de tu vientre, te abrió un poco las piernas, y con la otra apuntó. Disparó. Gritaste. Le pediste que te la sacara. En verdad, te dolía. Se detuvo, pero solo 20 segundos, y siguió. Cada embestida fue más fuerte que la anterior. Te dolía, y te exitaba. No entendías nada. Te viniste por la fricción del movimiento con la cama. En ese momento quisiste parar, ya era tarde. No tardó mucho en venirse luego de ti.


Al final, te pidió que le tomases unas fotos desnudo. Te fuiste a bañar a su ducha, y te cambiaste. Te sentiste sucio, muy sucio. Después, él te guió hasta el lobby del apartamento. Se despidieron, y no lo volviste a ver. Desapareció de tu vida.


Saliste con varios chicos luego de él. Ya sabías cómo era la huevada. Seguías temblando algunas veces. Otras ya no tanto. No acabaste en la cama con todos los que te convenían, pero sí con los que te arrrechaban. No fuiste flete, no. No cobrabas. Lo hacías por placer. Había algo que te

impulsaba a hacerlo, y que no sabías explicar bien. Todo iba bien, pero tu cuerpo se cansó de ti, y lo hizo saber. Te enfermaste gravemente, tus viejos te llevaron a París para curarte. Te sanaste, y volviste a Lima para ser quien eras, pero con más cuidado.


Han pasado 2 años desde aquella vez que lo conociste. No sabes qué será de su vida. Dicen que lo vieron con otros chicos castaños. Le gustan así. Te sientas en la cama de Ernesto. Te abraza la cadera. Haz vuelto a tus andanzas. Te pregunta qué quieres hacer esta tarde, bebe. Le dices que deseas dar una vuelta por el malecón. Te dice que corre mucho aire, y que hace frío. Le respondes que caminar por ahí te calentará.